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Cuando cambian las circunstancias…

martes, 16 de julio de 2013
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Después de varios años de una intensa, criticada y por algunos sectores sufrida revaluación de nuestra moneda, en Colombia por fin se registró de manera sostenida un precio del dólar por encima de los 1.850 pesos. La conquista del llamado dólar Cárdenas, que poco o nada tiene que ver con nuestro bien calificado Ministro o con las medidas implementadas por nuestro banco central, es el resultado la expectativa global de reversión en las condiciones de liquidez de las economías desarrolladas. 

 
El anticipo del viraje en la postura monetaria de Estados Unidos, en particular, se ha visto respaldado por un incremento en el precio de la vivienda en dicho país, los pronunciamientos del Presidente de la Reserva Federal sobre el posible fin de las expansiones monetarias y las recientes correcciones al alza en los pronósticos de crecimiento de los analistas para 2014.  Con todo lo anterior, parece inminente un aumento en los tipos de interés en el mundo desarrollado, por lo que atrás habrían quedado las condiciones internacionales que apalancaban una revaluación de las economías emergentes. De este modo, Colombia difícilmente experimentaría en el corto plazo un tipo de cambio por debajo de los $1.800. 
 
Este nuevo panorama cambiario parece aliviar al sector productivo nacional, toda vez que encarece las importaciones y alivia la caja de los exportadores. Sin lugar a dudas, el nuevo precio del dólar permitirá, por ejemplo, sacar mayor provecho al TLC con Estados Unidos en el segundo año de vigencia del acuerdo. Sin embargo, como bien anota Mauricio Cabrera en su columna de esta semana, al ser una fenómeno común del resto de las economías emergentes y no producto de las decisiones domésticas de política económica, Colombia no ha ganado mayor competitividad respecto a sus vecinos y eventuales competidores, que han visto devaluar sus monedas tanto o más que la colombiana. 
 
Esta particularidad de mayor competitividad frente a Estados Unidos, pero no frente a nuestros vecinos, abre el debate sobre si es necesario mantener las políticas domésticas que apuntaban a una mayor devaluación de nuestra moneda o si el actual es el nivel correcto de tipo de cambio para las condiciones de la economía colombiana.   
 
Cuando el Presidente Santos era candidato, alguna vez dijo que solo los imbéciles no cambian de opinión cuando cambian las circunstancias. Una reflexión en extremo elemental nos dice que si el ritmo de compras del Banco de la República era el óptimo para el emisor dadas las condiciones internacionales seis meses atrás, no puede seguir siéndolo a la luz de este nuevo tipo de cambio, estructuralmente superior al del año pasado. La correcta definición de los parámetros de política en las anteriores decisiones sugeriría que el Banco de la República debe restringir ahora la acumulación de reservas internacionales, al menos parcialmente. Cabe recordar que las operaciones de mercado abierto realizadas por el emisor para impulsar artificiosas devaluaciones no solo han demostrado ser poco efectivas a la hora de agitar la cotización de la divisa, sino que traen consigo una pérdida cuasifiscal que pagamos todos los colombianos. 
 
La pregunta de política es si como país estamos dispuestos a perder cerca de un billón de pesos este año, producto del actual ritmo de compra de dólares, a cambio de marginales devaluaciones frente a las ya registradas.  
 
En mi opinión, las nuevas condiciones internacionales no cambiarán en mayor medida la rentabilidad de los títulos del Banco de la República, por lo que la pérdida de portafolio producto de las esterilizaciones se mantendrá en el segundo semestre del año. De esta forma, la compra de casi US$9.000 millones en 2013 por parte del emisor sería excesiva, costosa e inoficiosa, por que debería limitarse en los próximos meses. El Banco de la República no puede caer en la tentación de perseguir un tipo de cambio incluso mayor, tratando de simular un insostenible bienestar exportador que, al final del día, es costoso y nos distraería de la implementación de la real agenda de competitividad que necesita nuestro país. 

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