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Analistas 19/01/2017

Competitividad fiscal

Carlos Ronderos
Consultor en Comercio y Negocios Internacionales
La República Más
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La realidad de la globalización señala una gran movilización del capital. Los capitales cesaron de ser nacionales y se localizan donde mejor utilidades puedan obtener.

La teoría tradicional de Ia IED señalaba que el talento humano es el factor fundamental en la decisión de las compañías transnacionales a la hora de definir sus centros de producción y servicios para el resto del mundo. No obstante lo anterior, la sofisticación tecnológica y los secretos de la propiedad intelectual han hecho que estas empresas requieran competencias laborales más específicas para su desempeño  y viajen con su propio personal. Y es que paralelo a la alta movilidad de capital se viene dando en el mundo una enorme movilidad de personas que se da en gran escala, de manera silenciosa en puestos claves de las empresas transnacionales.

Siendo esto así el otro factor que incide directamente sobre las decisiones de la empresas es de carácter fiscal y se relaciona directamente con la carga de impuestos corporativos y la posibilidad de movilizar sus utilidades sin mayores impuestos y con facilidad. Así lo reconoce el Tax Foundation, un “Think Tank” localizado en Washington que desde hace tres año publica el “International Tax Competitiveness Index”(ITCI) que compara el desempeño fiscal de los países de la OCDE sobre la base de que “Un código fiscal competitivo será uno que mantenga las tasas marginales de impuestos bajas.... Si la tasa impositiva de un país es muy alta desplazará la inversión a otros destinos resultando en un menor crecimiento económico.” 

Para esta fundación los países deben buscar un código fiscal “neutral” que recaude la mayor cantidad de recursos con las menores distorsiones económicas. Esto es que no premie el consumo sobre la inversión, como sucede con los impuestos a la inversión y a la riqueza.  Dos ejemplos de lo que está sucediendo en el mundo en materia fiscal son Nueva Zelanda que consideró en un momento que su estructura fiscal era poco competitiva y adelantó una reforma (2015) en la cual bajó el impuesto sobre las ganancias de las corporaciones a 28%, eliminó los impuestos sobre las ganancias de capital y eliminó los impuestos sobre la nómina y aquellos de herencia (todo lo contrario a lo que vimos en la reciente reforma tributaria). El otro ejemplo es Estonia que ocupa el primer puesto en el ranking del ITCI que tiene un impuesto sobre utilidades corporativas del 20% que solo se cobra si se distribuyen las utilidades, y exime de impuesto las utilidades que las empresas domésticas tengan en el exterior.

Mientras el promedio de impuesto que recae sobre las empresas en la OECD, donde algunos países tienen impuestos verdaderamente altos, es del 33%, la tasa para las empresas colombianas en 2017 será del 40% y es evidente que el país no ofrece una infraestructura que compita con la que estos países ofrecen a las empresas que allí se instalan. Otros impuestos como los impuestos a las transacciones financieras (4 por mil) son considerados como poco competitivos así como la multiplicidad de impuestos locales, estampillas, etc. 

A la luz de los elementos de análisis que brinda este indicador pensaría uno que fiscalmente somos un país poco competitivo y es poco probable que nos lleguen capitales extranjeros (diferentes a aquellos del sector minero energético) tan necesarios para la reactivación económica. Las razones todos las conocemos; pocos tributan, hay despilfarro en el gasto público y unos niveles de corrupción sin precedentes. 

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