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viernes, 29 de enero de 2016

Por el contrario, los votantes “tradicionales”, esto es, quienes entienden el derecho a elegir de forma absolutamente reduccionista, se contentan con depositar el sufragio por su candidato y plataforma de gobierno y luego se desprenden de todo compromiso con uno y otro: desaparecen literalmente de la escena cívica de la ciudad o el país. Por decisión propia se marginan de participar en la construcción del proyecto político por el cual ellos mismos votaron, dejando huérfano de apoyo al elegido en la toma de decisiones.

Son dos formas particularmente diferentes de ejercer un mismo derecho y generan profundos efectos en la anatomía política de una sociedad. De ahí que debamos preguntarnos si entendemos el derecho al voto como la elección de una persona capaz de hacerse cargo de nuestra ausencia de compromiso y responsabilidad en el propósito de construir una sociedad, una ciudad, del tamaño de nuestros sueños, o si votamos por una nueva forma de construirla en la cual entendemos que el alcalde será quien dirija, coordine, potencialice y multiplique los esfuerzos de todos justamente por hacer realidad esa nueva ciudad.

Como ocurre con el ejercicio de tantos otros derechos, es a su titular a quien corresponde determinar el alcance del mismo como sucede, por ejemplo, con el derecho de propiedad en el cual el titular decide si opta o no por ejercer actos de señor y dueño. De nosotros depende entonces asumir un compromiso diario, personal, político y consciente con el cambio de ciudad por el cual votamos, representado en la elección de Peñalosa. Se trata, en últimas, de un ejercicio militante que implica un cambio profundo en la cultura política de quienes vivimos y padecemos los problemas de la ciudad, que exprese la convicción en torno al hecho de entender que el solo alcalde no podrá construir la ciudad que anhelamos si no cuenta con el compromiso activo de todos los que votamos por él y de los que desean una urbe más cercana a sus sueños.

Medellín es un ejemplo de militancia ciudadana permanente en pro de una ciudad cada vez mejor y los resultados, que saltan a la vista, generan un círculo virtuoso que alimenta el optimismo generalizado tan distante del círculo vicioso de la desesperanza en Bogotá. 

Aprendamos de Medellín y, por ejemplo, sumémonos decididamente a la campaña de la Cámara de Comercio de Bogotá: “Yo te doy mi palabra”. No dejemos solo al alcalde, entre otras porque desde ciertas oscuras trincheras de la izquierda están ya agazapados para dar los primeros zarpazos para restarle méritos a su gestión y determinar a la opinión pública a una sensación de haber tomado la decisión errada. 

Hasta la vista