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viernes, 30 de enero de 2015

Se tiene que implementar un modelo de educación crítica con formación ciudadana para el cambio social, en un orden de convivencia pacífico, que mejore la conciencia cívica sobre el malestar social reinante. Un logro que se podrá alcanzar a través de prácticas que superen la indiferencia y temor frente a los cambios, pues de no hacerlo, implicaría perder una oportunidad histórica y quedar en una situación de acomodo al statu quo de disfuncionalidad social y a la grave anormalidad de aceptar sin crítica un sistema de injusticia y de desequilibrio social extremo.

 Es necesario que esta formación cívica sea capaz de canalizar la insatisfacción general y evitar la expresión irracional, de desahogo por canales violentos, para que desde las propias aulas se busquen alternativas que superen las graves anomalías de disfunción del sistema. Es urgente reconocer que la mayoría de planes curriculares vigentes, en sociedades de miedo y conflicto como la colombiana, evaden con facilidad el contexto político y social; por ello la necesidad de llenarlos de contenidos, que desde la observación crítica contribuyan a transformar los contenidos descontextualizados por currículos que tengan como centro el entorno de realidad que se vive. Y, de paso, que conciencien a todo el corpus social sobre la importancia de alcanzar soluciones pacíficas de fondo a los problemas dentro de su propio entorno.

 Un factor de cuidado, es el negativo forzamiento de las teorías sobre las realidades; por lo que es necesario motivar la capacidad de observar lo cercano, en contexto, y producir juicios de valor y conceptualizaciones propias para llevarlas a confrontar con otras apreciaciones empíricas con el objetivo final de verificarlas con saberes documentales, exegéticos y teóricos. Así, un acercamiento real al interior de los problemas, desde los problemas, y no desde afuera; además de otorgar autoridad a quien emita nuevos juicios, coadyuvará a la comparación de evidencias empíricas de experiencias y de contextos similares aún no estudiados.

 Desde el docente se debe partir de la premisa que una sociedad no puede transformarse si mantiene los mismos parámetros educativos que reproducen los valores del sistema que aspira superar. De allí la importancia de generar definiciones y conceptos que se adapten a la realidad transicional presente y a la que viene.

 Para lograr ese objetivo, es muy importante una clara coincidencia entre los cursos y sus currículos con las prácticas investigativas; pero también, con las necesidades directas de la comunidad más cercana.  Por lo tanto, la obligación inicial de cada docente será la toma de conciencia sobre una gran responsabilidad: su propio cambio. Si él mismo no cambia, reproducirá los resabios y falencias del sistema que en principio querrá transformar.

En el plano teórico, el docente deberá respetar en estricto los autores y teorías al asumirlos como insumos de conocimiento, pero nunca más como “el” conocimiento. Para cubrir la necesidad de una sociedad menos agresiva es urgente el desarrollo del hábito del pensamiento abstracto en abierta reducción del pensamiento concreto.

Respecto al estudiante, es crucial que se forme como sujeto estudioso, con capacidad crítica suficiente, que le posibilite ser sujeto decisorio de su propio destino y, sobre todo, de un destino colectivo. Donde asuma que su educación será en esencia distinta a la existente y forjadora de una realidad diferente, para alfabetizarse, en el sentido de Paulo Freire, en el desarrollo de una conciencia crítica capaz de generar su participación ciudadana.

En relación con el sector público, aquél que regula la educación en su totalidad: como gestor, inversor, impulsor, supervisor y acreditador de las políticas educativas; deberá asumir una  responsabilidad autocrítica en vista de los resultados negativos, para que impulse prácticas y cambios estructurales para una transformación sustancial del modelo educativo y, por ende, de la sociedad.

 Por último, en este posible escenario, en esencia integral, también hay que incluir a los padres y tutores; pues en la casa los más pequeños y adolescentes tendrán que recibir saberes y estímulos que los hagan interesar por pensar por ellos mismos. Empezar con el ejemplo, factor básico en la educación temprana en libertad y convivencia. Asegurar un espacio sin sobresaltos de violencia intrafamiliar, en las que el diálogo y la explicación a las órdenes o requerimientos propician un aprendizaje para la mejor convivencia en pareja, en familia y con el núcleo social al que se integrarán los niños y jóvenes en un futuro de Paz.