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martes, 24 de septiembre de 2013

Hoy se conmemoran los 500 años del descubrimiento del Océano Pacífico por Vasco Núñez de Balboa. A la desastrada suerte final de la mayoría de los conquistadores españoles de América, se sumó en enero de 1519 Vasco Núñez de Balboa.

Como el propio descubridor Cristóbal Colón, muerto en el olvido y en el despojo de todos sus títulos; Hernán Cortés, en Castilleja de la Cuesta abandonado y sifilítico -esa enfermedad originaria de América-; Francisco Pizarro, asesinado en Lima por orden del hijo de Diego de Almagro; Pedro de Valdivia, asesinado en Chile por los aborígenes araucanos; Hernando de Soto, descubridor del río Misisipí, muerto de fiebres a orillas del río descubierto; Francisco de Orellana, descubridor del río Amazonas, asesinado por los aborígenes mundrucus; Alvar Núñez Cabeza de Vaca, muerto en España recién salido de la cárcel tras condena solicitada por sus compañeros de Paraguay; Alonso de Ojeda, pobre y olvidado en la isla de La Española; Juan Ponce de León, bautizador del Estado de la Florida el domingo de resurrección de 1513 (2 de abril) -día de la Pascua Florida-, muerto por una flecha envenenada; Rodrigo de Bastidas, muerto en La Habana a causa de las cuchilladas que recibió de unos compañeros; Juan de la Cosa, flechado por los aborígenes en Turbaco; Diego de Nicuesa, desaparecido en el Océano Atlántico cuando regresaba a La Española; Pedro de Heredia, ahogado cuando viajaba a España; Jorge Robledo, muerto a garrotazos por la gente de Belalcázar; Sebastián de Belalcázar, muerto preso en Cartagena; Juan Díaz de Solís, flechado por los aborígenes al desembarcar en la isla Martín García frente a las costas de Argentina; Gonzalo Jiménez de Quesada, en la miseria y leproso en Mariquita; su hermano Hernán Pérez de Quesada, fulminado por un rayo en el  Cabo de la Vela, cuando era llevado como prisionero a Santo Domingo; y los 650 hombres de los 820 que iniciaron “la entrada” de Jiménez de Quesada desde Santa Marta en abril de 1536, derrotados por las enfermedades y las flechas indígenas, como todos ellos, el explorador extremeño de origen gallego Vasco Núñez de Balboa, fue decapitado en Acla (Panamá) -en lengua cuna ar kala: huesos o costillas-, cercano a los 45 años de edad, como resultado del juicio que por “traidor y usurpador” de tierras sujetas a la Corona Real de Castilla le había seguido Pedro Arias o Pedrarias Dávila, el pérfido gobernador y capitán general de Castilla del Oro -actuales Nicaragua, Costa Rica, Panamá y norte de Colombia-, quien para atraer y poder traicionar al fundador de la provincia le había prometido la mano de su hija María de Peñalosa. 
 
Como a Colón, a quien muchos consideran haber sido “el último de los descubridores de América” pero que en la realidad fue el primero en intuir la existencia y precursar la incorporación del Nuevo Mundo occidental, correspondió a Vasco Núñez de Balboa dar otro paso trascendental en el inicio la globalización contemporánea: el descubrimiento europeo del Océano Pacífico, al que puso tal nombre por la placidez superficial de sus aguas.
 
Llegó a él, como se tiene por cierto, el 25 de septiembre de 1513 -martes, según el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo, pero en realidad domingo, lo que podría significar que la verdadera fecha fue el 27 de septiembre-, acompañado de Ponquiaco y de su fiel Leoncico -feroz perro que percibía la soldada de un arquero- y de al parecer sesenta y seis soldados, dos sacerdotes y un número indeterminado de esclavos y naborías indígenas, hombres y mujeres.
 
Partieron rumbo a Careta y las tierras de los caciques Chima, Ponca y Torecha el jueves 1º de septiembre luego de oír misa, confesarse y comulgar. Por informaciones de los aborígenes, Vasco Núñez sabía perfectamente lo que iba a descubrir y después de una rápida pero ardua batalla con los guerreros caribes de Torecha y de castigar con la muerte a los pobladores que halló practicando el homosexualismo -conducta inaceptable en esas épocas-, llegó a la aldea de Quareca el 24 de septiembre. Al día siguiente, “a las diez horas del día, yendo en la delantera de todos los que llevaba por un monte raso arriba, vido desde encima de la cumbre dél la mar del Sur, antes que ninguno de los chrisptianos compañeros que allí yban”, según relata Oviedo. Allí, sin dejar de observar absorto el inabarcable espejo plateado del mayor océano del mundo, hizo fabricar una gran cruz de madera que se hincó en el sitio del avistamiento y mandó cantar el Te Deum laudamus. Se había dado un nuevo e histórico paso en la formidable senda de la globalización.
 
Senda en cuyo trasiego inicial no faltaron los abogados y a juicio de don Vasco Núñez, para mal.
 
En efecto, en su famosa y extensa carta del 20 de enero de 1513 al Rey Fernando, el protoexplorador del Darién y descubridor del Pacífico solicita que más que abogados y bachilleres en leyes, sean enviados con urgencia a los inclementes parajes donde estaba asentada la reciente colonia, médicos y gentes de labor, albañiles, calafateadores, armadores, carpinteros e ingenieros, indispensables para la construcción del país en la que estaba empeñado.